martes, 9 de diciembre de 2014

Denuncia por "spam"

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domingo, 26 de enero de 2014

Lo que no puedo hacer.

Lo que no puedo hacer.

Cegar la tormenta de arena que sopla en mi tórax radiográfico, esconder los relojes en un ropero de madera gris descolorida y endeble a punto de derrumbarse que se ha apartado de los demás porque ha venido a morir solo y se desploma como un elefante a la margen de una fuente.

El presagio que comenzó junto a nuestro inerme recorrido no se cumplirá, las apariencias meticulosas corren a esconderse bajo una alfombra pestilente, dirigidas por una vergüenza muda. Nos hemos extraviado en corpúsculos de arena que se deslizan dentro de un vidrioso reloj negro y lustrosamente fulgurante.

jueves, 9 de enero de 2014

Prisma

Sobre el piso.

Mujeres de rostros desnudos de piel blancuzca  
circulan por la habitación como una ventisca de verano
que quiebra la atmosfera de calor plomífero.
Van y vienen haciendo chirriar el suelo de madera
que registra sus palabras y sus pasos.
Sumidas en ellas,  inocentes y altivas
se pasean por el apartamento céntrico de un octavo piso
con su mirada inerte sacuden el fondo del que no se retorna.
Escucho sus palabras en sus voces desconocidas
insisten en que son mujeres habituales.
En silencio observé a una joven de tiempo lívido, de piel de nieve, de ojos verdes inextricables.
.  


Claudio Medero.

lunes, 6 de enero de 2014

Inés

http://lsdrevista.todouy.com/OTROS/LSD04.pdf

Inés.

Había venido del interior, no sé de qué parte, sé que no era de Montevideo, me enteré cuando escuche que le contaba a una amiga que había recibido una encomienda que sus padres le habían mandado. Como la amiga sí era de Montevideo ella le aclaraba la gran importancia que tenía el recibir esos paquetes enviados desde el hogar materno, la expectativa que generaba su contenido incierto, que nunca pasaba de ropa, comida y algunas noticias familiares -se los abre casi ritualmente- llegó a decir en voz baja, pero de todas formas escuché cuando agrego que estaba triste porque no había tenido con quien compartir aquella ceremonia, porque no había podido correr de un lado al otro del minúsculo apartamento con los distintos objetos en sus manos a medida que los iba sacando del paquete para mostrárselos a alguien que compartiera por ellos su misma momentánea, efímera emoción. Se había limitado a ponerlos sobre una mesa de madera desnuda, a sentarse en una silla para mirar sin ver un buzo de lana rojo tejido a mano en punto inglés prolijamente doblado, acompañado por una tarjetita de cumpleaños infantil en la que se leía – para que no pases frío Inés ahora que se viene el invierno- unos libros usados, que seguramente la madre pensó que le podían ser de tanta utilidad como el buzo, y unos buñuelos de acelga cariñosamente envueltos aparte.
No escuché lo que le contestó su amiga porque el bullicio se hizo más fuerte, seguramente trato de reconfortarla, de darle animo, ella confesó tímidamente que se sentía sola, casi con vergüenza dijo que se quería volver. Ellas igual que yo estaban esperando unas fotocopias en un kiosco lleno de otras personas, de otras conversaciones, en ese momento le alargaron un sobre gris lleno de hojas, era lo que ambas habían estado esperando, una fracción de segundos más tarde otra persona me alcanzó mis copias, mientras las conversaciones continuaban los tres salíamos del kiosco con pequeños pasos, casi a los empujones y repitiendo por mera formalidad aquello de -permiso, permiso- en un respiro alcancé a escuchar que ella decía – aún todo está por decidirse para mí- con esa simple frase me recordó un cierto optimismo momentáneo que yo solía sentir de a ratos.
Una vez en la vereda se despidió de la amiga que no parecía tener una preocupación sincera por ella, simplemente se limitaba a aparentar que así era, jugaba su juego de apariencias como lo hacemos todos, como es nuestra costumbre.  
Ella siguió sola su camino, atrás quedaron la facultad, la amiga, el kiosco, y las apariencias, por lo menos hasta el día siguiente. Cruzó en diagonal una plaza céntrica para llegar a la parada, no debió esperar mucho para que a unas tres cuadras de distancia alcanzará a leer borrosamente el destino del ómnibus que la llevaría hasta su casa.
Debía caminar cinco cuadras después de bajar del ómnibus, al hacerlo se encontraba en un cruce de avenidas, por una de ellas continuaba el ómnibus su recorrido, por la otra,  pero cinco cuadras más abajo vivía Inés en un edificio viejo, verdaderamente viejo, que sin embargo, pese a todo conservaba un cierto cariz de esplendor.
Era una construcción de dos pisos de apartamentos pegados unos a los otros, en el piso superior había dos claraboyas circulares sin rejas y con los vidrios rotos, las manchas de humedad tomaban mil formas distintas proyectadas en un techo que hacía las veces de lienzo blanco, a parte de las dos derruidas claraboyas que permitían entrar al invierno libremente, había una salida a la azotea que estaba cubierta por una suerte de compuerta corrediza de madera pintada con un marrón fuerte totalmente descascarado, había una escalera, igualmente pintada y descascarada, suspensa en el techo blanco por una soga verde que al desatarse descolgaba la escalera de apariencia ingrávida y permitía subir a colgar la ropa a la azotea.
Inés vivía en el piso de abajo, se alcanzaba su apartamento caminando por un largo corredor, un corredor exageradamente largo y oscuro, no había una sola luz en los corredores de todo aquél edificio, después Inés me dijo que gente de la calle entraba y se robaba las lamparitas, -incluso gente que no tiene donde dormir, duerme en los corredores porque la puerta del frente no tiene cerradura, pero si la dejamos cerrada no corre una gota de aire y prefiero pasar frío a soportar estos olores a caño, vez ese caño que está ahí, es de la grasera de la vecina del apartamento de arriba, mira donde es el desagüé, justo al lado de la ventana de mi cuarto, eso apenas llueve se tapa y empieza a salir un olor, por más que cierre todas las ventanas es insoportable, y si cierro todas las ventanas me ahogo, a veces por el pozo de aire lo único que baja es un vaho de comida asqueroso y yo me mareo y no puedo respirar-
A lo largo del corredor habían dos apartamentos, pero el edificio tenía una parte del corredor perfectamente inútil, ciego, las paredes estaban empapeladas por un papel florido, digo florido porque tenía flores pero todas eran de un mismo tipo y color, todas salían florecientes en ramo de unos recipientes pequeños que apenas alcanzaban a contener una pequeña porción de los tallos de aquéllas flores rosadas, donde no estaban éstos salpicones de rosado el papel era blanco, o lo había sido en algún tiempo, pero ahora más que empapeladas las paredes del edificio estaban cubiertas de papel sucio.
El corredor terminaba en la entrada a otro apartamento que había sido ganado completamente por la oscuridad y estaba abandonado, no era el único, en el piso de arriba que era gemelo con el de abajo, había otro apartamento abandonado.
Por lo tanto, hasta donde pude saber en aquel edificio vivían: Inés, una anciana que era vecina de corredor de ella, y en el piso de arriba vivían en uno de los apartamentos una mujer sola, en otro, otra mujer que vivía con el marido, y en el último habitado, un matrimonio de ancianos que se desentendían de todos y de todo, y todos se desentendían de ellos porque los ancianos tenían un balcón a la calle, su apartamento era el único que daba a la calle y no a los dos pozos de aire, y con ello era más que suficiente para que todos se desentendieran de ellos y ellos se desentendieran de todos y de todo principalmente del papel tapiz.
La tercera o la cuarta vez que visité a Inés en su apartamento me di cuenta que no había exagerado en nada el vaho que bajaba por los dos pozos de aire, ese olor insoportable se había filtrado, después de tantos años, en las paredes de todo el edificio como si fuera agua, y paulatina e incansablemente había ido ensuciando el papel florido que en algún tiempo se debió mostrar suntuoso y debió alimentar diariamente la soberbia de quiénes por entonces vivían en el edificio.
Inés vivía ahora en ese apartamento porque se lo había prestado una amiga de un pariente suyo que no lo necesitaba para nada, como suele ocurrir en muchos casos, y permitía que esa muchacha del interior se quedará allí mientras cursaba la carrera de Derecho.
Inés no tenía otra opción más que vivir ahí todo el tiempo que aguantara, pero ella no llegaba a explicarse cómo la señora que vivía sola en el apartamento de arriba se enorgullecía de alquilarlo hacía cuarenta y dos años, según decía, a todo aquél que entablara una conversación con ella. Eso mismo hice yo una mañana que nos cruzamos en el corredor, ella venía de la almacén de comprar sus propios víveres y los de la anciana vecina de Inés, la señora me explicó –la pobre viejita María no tiene a nadie y apenas puede moverse- doña María, al escuchar voces conocidas, se acercó a la puerta del apartamento pero no se atrevió a abrirla hasta que escucho de labios de la mujer –abrí María soy yo- en un tremendo esfuerzo la anciana abrió la puerta y en uno no menor extendió los brazos para tomar un flautín envuelto parcialmente en papel manteca, otro paquete encintado donde probablemente habría alguna variedad de fiambres y quesos, y un litro de leche que vencía ese mismo día; a doña María no le alcanzó la plata para pagarle a la mandadera que le hacía el favor todas las mañanas de perdonarle cinco pesos, pero para no herirla en su susceptibilidad todos los días con voz firme recalcaba que de tarde pasaría a reclamar los cinco pesos que la vieja le adeudaba, cosa que, claro es, nunca hacía.
Luego de que doña María cerró la puerta, me dedique a hacerle toda suerte de preguntas acerca del edificio a aquélla mujer solitaria que había quedado parada frente a mí en medio del corredor, no me interesaba conocer la respuestas de ninguna de mis preguntas, lo que ocurría es que la mujer que le traía todas las mañanas el desayuno a doña María, me intrigaba profundamente; no era una mujer de apariencia generosa, sino todo lo contrario, era una mujer mezquina y solitaria, así la habían forjado la vida, el azar y las circunstancias y eso precisamente era lo que me intrigaba, la generosidad se emparenta muy cercanamente con la esperanza (si se me permite la palabra), y la esperanza con el perdón. Esta mujer próxima a los sesenta años había comenzado a perdonar, transitaba el camino inverso de la inocencia a la mezquindad forzada ahora volvía estación por estación a la esperanza a la generosidad de llevarle a doña María el desayuno. Estas son meras suposiciones porque nada en ella revelaba nada acerca de sí misma, así que lo único que obtuve fueron las respuestas que dio a mis preguntas, vine a enterarme que el edificio no era un edificio, era una construcción de apartamentos del año mil novecientos cuarenta y cuatro donde cada uno de ellos no tenía más de treinta metros cuadrados y eso hacía imposible su venta por una disposición legal, entonces estos apartamentos se alquilaban, pero en el año mil novecientos setenta y siete esa disposición dejó de existir y los apartamentos comenzaron a venderse. Se vendieron todos los apartamentos, menos el de ella que lo siguió alquilando al antiguo dueño del edificio durante unos años más -un tal Mastaldi- me dijo – yo hace cuarenta y dos años que soy inquilina, fui de las primeras personas que vivieron acá, cuando Mastaldi se separó de la mujer, él vendió mi apartamento, pero el que se lo iba a comprar le puso como condición para comprarlo que yo siguiera siendo la inquilina, ¿dónde iba a encontrar otra inquilina como yo?, lo tengo impecable el apartamento nunca hubo que hacerle un arreglo, igual son los dos bacanes y están tirados para atrás –y al terminar esta frase la pobre mujer se río socarronamente, como si hubiera dicho algo que estaba prohibido decir, como si hubiera terminado de cometer una travesura o un crimen, como si se estuviera desquitando del señor Mastaldi y del otro, el actual dueño del que ni siquiera sabía el nombre pero que en definitiva era un Mastaldi más. En eso nos interrumpió otra persona, era la mujer que vivía con el marido en uno de los apartamentos de arriba, la mujer hablaba exageradamente rápido, pronunciaba palabra tras palabra sin respiro, demoré unos instantes en percatarme de qué estaba hablando, le contaba a la otra mujer acerca de un sobrino que ella tenía que se había ensuciado la túnica y ahora había que comprarle otra
– la madre le preguntó cómo se había ensuciado la túnica de esa manera, él contestó que había sido comiendo chocolate, y la madre le dijo: pero en la escuela no venden chocolate; la cosa es que llegó a la casa con un olor a mierda insoportable- concluyo la mujer de mejillas regordetas y rojas como manzanas; el marido me había dado los buenos días, era un hombre parcialmente calvo, el pelo que le quedaba era grisáceo, tenía un pantalón deportivo azul, unas alpargatas y una camisa a cuadros marrón y blanca; había estado escuchando a su mujer con una expresión de fastidio y cuando la mujer dijo: “mierda”, el hombre exclamó- ¡Ana¡, con tan solo pronunciar el nombre de su mujer fue más que suficiente para que Ana se callara la boca, se despidiera de su vecina, me diera a mi los buenos días y terminara de salir del edificio.
El hombre sin quitar de su rostro la expresión de fastidio volvió a saludarme y salió detrás de su mujer, la inquilina dijo- bueno va a tener que disculparme... y se fue para su celdario.
Seguí por el corredor hasta el apartamento de Inés, le conté las conversaciones que había tenido con sus vecinos en el corredor, pero ella ya las había escuchado no solo porque se escuchara todo desde el corredor, sino que la historia de Ana ella la había escuchado hacía unos cuantos días atrás cuando se la contaba a alguien por teléfono –se escucha todo- comenzó a decir- todo, cuando habla por teléfono, cuando habla con el marido, cuando habla con la hija que la viene a visitar junto con los nietos que encima están a los gritos, cuando mira la televisión la escucho como si el aparato estuviera en el comedor del apartamento donde vivo yo, a mi me da vergüenza porque ellos deben escuchar todo lo que hago y digo yo también, tengo siempre la sensación de que alguien me está mirando. 
No puedo estudiar en medio de tanto ruido, ya no se que hacer ni siquiera corre aire en esta porquería, el estúpido de mi novio cuando le explique todo lo que me está pasando me dijo- comprate un ventilador- Yo simplemente la miraba, siempre llevaba su cara desnuda lo que es una gran virtud en una mujer, sin duda, era hermosa, el pelo largo y negro le caía hacia la izquierda por más que ella ahora se pasara las manos por el pelo repetidas veces, agachara la cabeza y se la tomara con ambas manos, o se apretara la frente con la palma de la mano apoyando el codo izquierdo en la mesa de madera. Un grupo de canas le había comenzado a nacer exactamente donde había apoyado la mano, las hebras blancas le nacían en la mitad de la frente, justo donde comenzaban a inclinarse su cabello, estaba más delgada que unos meses atrás, su cara más blanca daba lugar a unas crecientes ojeras que acentuaban el rojo gastado del buzo de lana que le había mandado su madre.
Ella no sabía que más hacer, en verdad no podía hacer más nada, eso precisamente era lo que quería escuchar de mí, pero yo ni iba a pronunciar esas palabras, soy egoísta como todos, me decidí a mantenerme en silencio y así lo hice.
Ella continuó –mi madre y mi padre me extrañan, yo extraño la casa, mis amigos, la cuidad, todo; mi novio me dijo que se puso el consultorio en la casa de los padres, que le compraron el sillón de dentista y le van a comprar lo que necesite, le falta muy poco para recibirse. Yo acá, creo que hice todo lo posible, hice todo lo que pude, extraño mucho y esto ya es insoportable, insoportable- dejó caer su cabeza abatida hasta que el mentón le rozó el pecho rojo, levanto lentamente la frente, me miró con unos ojos negros exageradamente abiertos y dijo -me vuelvo-.                       
                   

          

Creencia

Creencia.  

Si todavía sumido en este remolino sin sentido
tuviera la más ínfima oportunidad de elegir
te tomaría entre todas las cosas

pero ello ya no es posible.

martes, 31 de diciembre de 2013

Graffiti

AHORA QUE LO PIENSO DETENIDAMENTE


“Tal vez pude salvarlo
pero no quise
pedir a cualquier Dios que se salvara”

Escribo esto
esperando sepan entender
que no es –ni quiere ser-una disculpa.
Cada texto, su contexto
termina
por aburrirme y el aburrimiento neutraliza
la piedad.

Aposté

con el azar y perdió siempre.


CAMINO VECINAL

Las miradas se detienen en el animal
que espera ser sacrificado
a pocos metros de cortinas arrugadas
encuadrando un campo desprolijamente arado.
Dejamos caer la cabeza en el respaldo
o en la ventanilla polvorienta
de caminos vecinales.
Oscurece en los arbustos más distantes
allá donde postes y barrancas
nos liberan del paisaje  

CEREMONIA


Las luces de rigor
ejercitan su péndulo
sobre nuestras cabezas.
Durmientes y reflejos se van
perdiendo entre pastos amarillos.
El tren nos observa como brújula
ausente. Carga cuerpos de niebla.

Unimos las manos alrededor del fuego
para no recordar la estación
a la que prometieron llevarnos.  

DATOS PRIMARIOS


Conozco ese paisaje
como las líneas de tu mano.

Detrás del muro se dispersan
pueblitos iluminados por sombras perfectas.
Vimos árboles rotos descifrando
un mapa de piedras antiguas
descifrando tierra empapada
alrededor de fogatas
vimos contornos
demasiado humanos. 

DE MEMORIA 

La ciudad – plagada de guiones –
se quiebra en fotografías
ausentes. Se quiebra
como escenografías desechables
cuando el último espectador desaparece
en medio de personajes secundarios.

Incendiamos almanaques, promesas
desmentidos. Los muros
palidecen de optimismo.

DETALLE 

Los perros guardan la puerta astillada
del refugio: podrían descubrirse
partituras de luz entre los muebles. 

DOMINICAL

Con dental nuevo, custodio
Manzanas lustrosas entre harapos.
Estos cajones, ritualmente apilados
afinan el viento
para que haga lo suyo desde cada toldo.

Un hombre descansa, mirando
nada, lleno de habitantes que se esconden
en puertas abiertas
de par en par abandonadas.

Los cuerpos se reiteran, extraviados
como hilachas de un manto
que no ha pertenecido a nadie.

EN DÍAS COMO ESTE


Las raíces remueven baldosas
en ascensores de la infancia.
En esa cicatriz de ramas
recovecos de verde- a veces ocre –
tijeretean nubes
para que aquel niño
resuelva su collage.
Inventa, incluso miente
cuentos a las hojas.
En el eje, entre el tronco
y su barniz, ni siquiera
tramperos para el viento.

EN HORAS DE LA TARDE

Las casas y su invierno
se recrean en nuestra banderola.
La lluvia baraja sombras
en el vidrio y las sombras beben
luz enjaulada de cortinas.

La lente cambia su mirada: una gota
de pobreza empaña el gesto.
Digo esto
y me ahogo en agujas de arena. 

HALLAZGOS DE RUTINAS


-1-

Sé que puertas clandestinas
revuelven pan y vino de papel
en mi mochilla.

-2-


Una chispa ahoga
balcones incendiados en tinta
por el aire.

-3-
Busco árboles que lloren
hojas negras
para llenar el cajón
y volver a cerrarlo.

INCONCLUSO


Nadie saca leña del árbol caído.
Sus madrigueras huérfanas
se pierden en el gran ojo del monte
donde cualquier memoria es perseguida
por jaurías de pájaros viejos.