Lo
que no puedo hacer.
Cegar
la tormenta de arena que sopla en mi tórax radiográfico, esconder los relojes
en un ropero de madera gris descolorida y endeble a punto de derrumbarse que se
ha apartado de los demás porque ha venido a morir solo y se desploma como un
elefante a la margen de una fuente.
El
presagio que comenzó junto a nuestro inerme recorrido no se cumplirá, las
apariencias meticulosas corren a esconderse bajo una alfombra pestilente, dirigidas
por una vergüenza muda. Nos hemos extraviado en corpúsculos de arena que se
deslizan dentro de un vidrioso reloj negro y lustrosamente fulgurante.
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